Todavía hay veces que preferiría ponerse los cascos de música y aislarse de la gente. Como hacía antes cuando le parecía estar siendo observada, prejuzgada. Pero ayer no. Ayer era un día para salir a la calle con la cabeza bien alta. Y sentirse más arropada que nunca. Por su familia, por los miembros de la Asociación Vizcaína de Familiares y Personas con Enfermedad Mental, AVIFES, y por toda Bizkaia. Porque parte de la provincia estuvo representada entre las 3.000 personas que, calzando zapatillas y luciendo dorsal en el pecho, apoyaron su causa en la VI Carrera Familiar organizada por el Ayuntamiento de Bilbao y El Correo.
Bea Alonso no recuerda un momento de su vida en que no haya estado presente la esquizofrenia. A los 14 años empezó a darse cuenta de que las depresiones que sufría no eran normales en una chica de su edad y, desde entonces, la lucha ha sido titánica. 25 años en los que puede que no haya ganado la guerra a la enfermedad, pero sí muchas batallas. Y lo que es más importante: «Ella no me gana a mí, nos tenemos controladas». Por eso quiere exprimir la vida al máximo, «como cualquiera». En eso pensaba mientras estiraba antes de la carrera. «Cuando me ataca la pereza y parece que la vida cuesta, me pincho para salir adelante como un resorte», se encara.
AVIFES se ha convertido en su oasis particular. Allí recibe tanto apoyo que sus miembros han pasado a ser su familia. «Y eso que ya tengo una y bien grande, que somos siete hermanos y todos formamos una piña», se enorgullecía. Ayer, unos y otros la acompañaban y alzaban las manos cuando el animador se preparaba para darles la salida. Su dorsal, el número 1.048, engrosaba los 485 grupos inscritos.
Todos salieron a buen ritmo decididos a culminar los nueve kilómetros del circuito (cinco vueltas al paseo de Abadoibarra entre el museo Guggenheim y el Marítimo). Ella, sin embargo, iba con una marcha más y les dejaba atrás constantemente. «Yo iré lento, pero las cinco vueltas las hago seguro», bromeaba Emilio.
Superar el estigma
Iñaki también se esforzaba por mantener el ritmo, a pesar de estar convaleciente de una caída de bicicleta que le ha dañado la clavícula derecha y le ha dejado el brazo lleno de raspones. «El médico me ha dicho que haga vida normal, pero le he tenido que preguntar que si la suya o la mía, porque yo hago mucho deporte, monte, bicicleta… No paro…», aseguraba.
Bea no dejaba de sonreír y de saludar. Ayer más que nunca se sentía como en casa en su Bilbao natal. «Superar el estigma, contra la discriminación mental, es importante y carreras como esta son una gozada, porque empiezas a ver que en los últimos años se ha andado mucho en este sentido», subrayaba Marisa, una de sus hermanas. La propia Bea confirmaba «lo que han cambiado los tiempos». Su madre padeció la misma enfermedad y, según recuerda, entonces «muy pocos se mostraban comprensivos e intentaban ayudar e integrar al enfermo, más bien todo lo contrario. El problema se vivía de puertas adentro». «Yo, sin embargo, hago de todo: llevo una vida absolutamente normal, voy a independizarme con mi pareja y espero sacar un hueco para irme de vacaciones en septiembre con mis hermanas a Almería», enumeraba.
«¡Cuidado que mancho!», les pedía paso uno de los corredores. Bea se dio cuenta entonces de que, a pesar de sus ganas y esfuerzos, la mayoría del grupo no conseguiría completar su objetivo. Especialmente cuando, pasada la tercera vuelta, sonó el teléfono de Joana, una de las profesionales de AVIFES que les acompañaba. Su padre le anunció que acababa de ganar una de las cinco bicicletas que se sorteaban. «Vamos al palco a recogerla, que la vamos a donar a nuestra asociación deportiva Gorantza», les pidió.
Quien tampoco terminó las cinco vueltas del circuito fue la cuadrilla de José Mari Hernández y Begoña Méndez. Amigos que el destino ha dispersado por distintos municipios de Bizkaia, pero que han encontrado en carreras como esta la excusa perfecta para juntarse. «Tenemos hecho un calendario anual e intentamos no fallar a ninguna», subrayaba.