«Tenemos que actuar hoy para poder ser potentes mañana; si no, mal vamos». El economista José María Gay de Liébana, profesor en la Universidad de Barcelona y uno de los analistas más mediáticos en la actualidad, cerraba ayer su intervención en el Foro Económico de El Diario Montañés abogando por sentar las bases para un futuro mejor que el presente por el que, a su juicio, transita el país, lastrado por la elevada deuda y gasto público que, entre otros aspectos, impide una apuesta clara por la innovación. La masiva afluencia de las principales personalidades políticas y empresariales de Cantabria dejó pequeña la sala del Hotel Bahía donde se celebró el acto moderado por el director de este periódico, Íñigo Noriega, y presentado por la periodista Pilar González Ruiz, una cita en la que el invitado aprovechó su afición por el Real Club Deportivo Espanyol para hacer un símil entre la economía nacional y la liga de fútbol. «Sigamos adelante porque el camino a la Champions League es muy complicado, pero sin perder de vista el descenso, ya que actualmente ocupamos la decimosexta posición en la clasificación».

Durante su alocución, trufada de anécdotas e ironías que despertaron en repetidas ocasiones los aplausos entre los presentes –su oratoria ratificó los motivos por los que es uno de los rostros más recurrentes en los programas televisivos–, Gay de Liébana fue fiel al título de su conferencia, ‘Situación actual y perspectivas económicas’. «Si no sabemos dónde estamos, no sabemos dónde vamos a ir», arrancó. En su discurso, el profesor situó perfectamente la ubicación actual de España como país en comparación con su entorno europeo, una radiografía con síntomas preocupantes en ámbitos como la tasa de paro o el envejecimeinto. Todo ello en un ciclo de crecimiento económico que ha llevado a la nación a niveles similares a los de 2008, aunque «no se puede hablar de prosperidad», advirtió.

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Para aquilatar sus premisas, Gay de Liébana tiró de datos. En 2008 el Producto Interior Bruto (PIB) alcanzaba 1.116.207 millones de euros, por los 1.118.522 del año pasado, una leve diferencia pero que sí muestra una clara transformación en el ámbito laboral. En 2007 esa riqueza equivalía a 19.812.000 empleados, por los 17.418.000 de 2016, una caída de 2.394.000 personas «que ya no sirven para producir PIB». Todo ello a las puertas de la nueva revolución industrial que supondrá la automatización y robotización de numerosos procesos productivos. «Los robots nos van a desplazar. Nos vamos a encontrar en una encrucijada entre la nueva economía y el factor humano que supone prescindir de tantos trabajadores».

En este sentido, ensalzó a los países que se «empeñan en apostar por la innovación y el desarrollo, y que tienen premio», afirmó, alabando a Estados Unidos, China o Corea del Sur. En cambio, sobre España lamentó que «nos estamos quedando rezagados» en el aprovechamiento del I+D en relación a otras potencias continentales como Francia, Alemania o Italia. «No es que los demás vayan hacia delante», matizó.

Coyuntura y proyecciones

El profesor reprobó uno de los «pecados» de la economía española. «Hemos dejado de lado la industria en favor de los servicios». Alertó de que los registros históricos en turismo se van a acabar por la fuga de visitantes a otros enclaves mediterráneos y profundizó en las tribulaciones que le genera el desempleo. «Falta tejido industrial y las empresas son de tamaño reducido», lo que se traduce en una «insoportable» tasa de paro del 17%. A este respecto, una predicción: España ya no creará empleo en 2022 y la tasa estructural de reclamantes se disparará al 14%.

Gay de Liébana sí alabó a las familias. «Las economías domésticas han hecho el trabajo» al reducir deuda a pesar de que cada vez ganan menos –31.711 euros en 2008 por 27.420 el pasado año–, al igual que el sector empresarial. Como punto positivo, la balanza exterior: «Ha sido mérito de las compañías españolas lo de ampliar mercados. Ahora todos estamos con la maleta en los aeropuertos vendiendo de un lado para otro», aseveró.

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Sin embargo, el conferenciante torció el gesto al escrutar el desempeño de los balances públicos. En primer término, el déficit de las administraciones a pesar de que la presión fiscal continúa al alza. «El gasto público se puede reducir en 45.000 millones en media hora. Tan solo hay que abrir las contrataciones públicas a más empresas y no adjudicar siempre a las mismas», razonó.

Tras dejar flotando en el ambiente la duda de qué ocurrirá cuando desde el Banco Central Europeo se abandonen las políticas de estímulo económico, admitió que «no veo que se frene» la generación de deuda pública, que ha pasado de 509.000 millones en 2007 a 1,53 billones nueve años después. ¿Qué va a implicar esto? «Me temo que se va a quitar el tope de la cotización máxima a la Seguridad Social, como ya ocurre en algunos países», advirtió, para acto seguido reprobar la «excesiva grasa» presente en la economía española. «Los políticos no conocen el mundo real», afeó.

Como corolario, una reflexión. «Siempre explico a mis alumnos que cualquier empresa que la totalidad de lo que produce es deuda tiene los días contados….». El profesor asimismo defendió que «esta tendencia no se puede sostener. No cuadran los números de la Seguridad Social», dijo, para igualmente aportar su consejo para optimizar la financiación autonómica. «Hay que arreglarlo, reformar el sistema tributario de las comunidades y recortar gastos», concretó.

Trabajar, en definitiva, para que, al igual que el Espanyol, España permanezca en la primera división económica.