Cuando alguna gente cae en el desvío evidente de comparar Bilbao con Mordor seguramente está pensando en jornadas como la de este domingo. El cielo era una violenta y completísima escala de grises. Llovía mucho. Hacía frío. ¿Hay algún plan más recomendable en esas circunstancias que quedarse en casa viendo series o leyendo un libro? Sí. Subir al monte. Y si además es por una buena causa, mejor.

El tiempo invernal sirvió para dar un poco más de épica a la décima edición de la Martxa Solidaria Subida Artxanda, organizada por EL CORREO y con el patrocinio del Ayuntamiento, La Caixa, Eroski, Vueling y Aena. Pero los elementos no intimidaron al personal. Como en ocasiones anteriores se cubrió el cupo, con 8.000 personas inscritas y 20.000 euros recaudados que han sido donados íntegramente a Alind (la Asociación para la lucha del niño distinto de Bizkaia) y Bizitegi (Asociación para la rehabilitación e incorporación de personas en situación de exclusión social).

La multitud se juntó antes de las diez de la mañana en el Arenal, punto desde el que partiría la marcha. Allí estaban el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, y el montañero Alex Txikon dando la bienvenida antes de una caminata que tendría una longitud de 8,81 kilómetros y un desnivel de 236 metros. «Esta es una cita muy bilbaína que ya se ha convertido en un clásico», dijo el alcalde, que completó el recorrido junto con buena parte de su equipo de gobierno. En realidad, hay varios ingredientes que dan brillo al evento: «Ir al monte en familia y con carácter solidario» siempre es algo bonito. Y si además se pone en valor un enclave esencial para Bilbao, todavía más. «Artxanda está muy cerca, pero a la vez muy lejos, porque a veces no disfrutamos este pulmón tanto como se merece», reflexionaba Aburto. Para cambiar esta situación el Ayuntamiento está ideando qué actividades diseñar en la zona con el fin de reactivarla y convertirla en el lugar de esparcimiento de referencia que debe ser.

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Txikon, por su parte, llegaba algo tocado tras haber pasado la noche casi en vela. «He estado colaborando por teléfono en un rescate en un pico nepalí, el Chuki Mago, de 6.257 metros de altitud. Uno de los accidentados ha fallecido y otro ha podido ser rescatado», explicó antes de posar para la foto. Luego, ante la visión de un montón de personas perfectamente pertrechadas para la ascensión a Artxanda, regresó a la parte buena de la vida. «Qué bonito es ver a padres, niños, mayores, familias enteras salir al monte a caminar, a ver la vida con otros ojos». A su juicio, este tipo de actividades «puede cambiar la vida de un niño para siempre» porque el deporte en general, y la montaña en particular, a menudo ejercen como una escuela de «valores».

A las diez de la mañana Aburto dio el pistoletazo de salida y arrancó la marcha bajo un mar de paraguas. En esta ocasión el recorrido discurrió por la Plaza del Gas para, tras alcanzar el parque Etxebarria, continuar por la avenida Zumalakarregi y Zurbaranbarri. Luego, pistas de monte y, finalmente, Artxanda. La bajada, por el lado opuesto, para llegar al puente de La Salve y el Guggenheim y, de ahí, caminar de vuelta al punto de partida.

«Cada edición tratamos de hacer un recorrido diferente para que la gente vaya descubriendo más cosas», explicaba Juan Mari del Hoyo, presidente de la sociedad La Montañera. Esta vez la novedad era cruzar «el parque de La Cantera, en el mismo corazón de la ladera de Artxanda». En todo el operativo han participado «unos 200 voluntarios, tanto de la sociedad, como de Protección Civil, DYA…».

Para terminar, txoripan

Voluntario de la DYA es Oskar Ordóñez, apostado en un punto estratégico para guiar a la multitud en las laderas del monte. «Esto no se acaba…», se sorprendía al ver que el trasiego que no cesaba y a lo lejos aún asomaba la serpiente multicolor. «Con la mañana que hace no imaginábamos que iba a venir tanta gente… ¡Y vaya si ha venido!».

¿Qué probabilidades hay de que no pare de llover ni un solo minuto en casi tres horas? Pocas. Pero ayer ocurrió. «¿Y qué?», se preguntaba Joxe Mari («Joxe con x, eh»). «El agua, mientras no llegue a la cintura, no es un problema», se hacía el duro. Pero tenía mucha razón. Se notaba en que poco después del comienzo de la caminata las conversaciones ya no iban sobre el tiempo, sino sobre las cosas importantes. Grupos fieles a la cita recordaban cada edición por acontecimientos diferentes: el año que fueron con los nietos, el que subieron por tal sitio, el que hizo tanto calor… También había niños que explicaban a sus padres rudimentos de algún videojuego, cuadrillas de jóvenes en plena transición hormonal que se lanzaban comentarios de doble sentido, solitarios en busca de batir alguna marca personal…

Según el ritmo de cada cual, el recorrido se completó en dos o tres horas. Superada la prueba, ensanchados los pulmones y el espíritu, pingando quien más quien menos tras todo ese tiempo bajo la lluvia, un goteo de gente llegó de vuelta al Arenal. Todo eso, y el hecho de que dejase de caer agua, constituyó el ingrediente adicional que elevó a la categoría de magnífico el último aliciente de la mañana: el txoripan.