El cine de Fernando León de Aranoa, Rodrigo Cortés y Paula Ortiz tiene poco en común. Cada uno mantiene un estilo propio, una forma de contar historias únicas y gustos muy diferentes entre sí; pero todos ellos han vivido retos y dificultades -creativas, económicas, de relación con el equipo y la productora- similares cuando han abordado su objetivo: «Acabar una película». ABC los reunió ayer para descubrir «Lo que la cámara no ve: la batalla del director», un diálogo en el que los tres destacaron que la película final no es más que la punta un iceberg inmenso y agotador.

Fernando León de Aranoa está a punto de estrenar «Loving Pablo» el próximo 9 de marzo; Rodrigo Cortés ha terminado de montar recientemente «Down a Dark Hall», que protagoniza Uma Thurman, y Paula Ortiz está dando los primeros pasos de su nuevo proyecto, una adaptación de «Barba Azul». Con esa visión que aporta estar inmerso en tres momentos tan diferentes, pero conocer a través de la experiencia el resto de estadios, los tres cineastas convinieron en el tiempo como la medida que marca cada uno de los pasos hasta culminar el objetivo final.

«Si vas a estar tres años hablando de lo mismo, lo menos que puedes hacer es elegir un tema que te apetezca, del que te interese hablar. Es una enseñanza por la que hemos pasado todos», explicaba certero y pausado Fernando León de Aranoa. «Cuando empecé a estudiar el guion, todos los manuales comienzan por “cómo escribir, cómo empezar”… incluso “cómo convertir un mal guion en uno bueno”. Y tú, inocente, te apuntabas a esos cursos queriendo saber esa respuesta, y con el tiempo descubres que la única respuesta es el oficio. Ahí te das cuenta de que lo importante no es el cómo, sino el qué, el qué vas a contar, y cuando ya estás en esa fase descubres que lo importante es el porqué, por qué esa, tu película, se debería hacer con todas las que se estrenan cada fin de semana…», apuntalaba el director de «Princesas» o «Barrio».

En ese mismo sentido, Rodrigo Cortés iba más allá, y hablaba de la responsabilidad que recae en los hombros del que finalmente firma el filme: «Todos te dicen cosas, todos te presionan, pero la última decisión es tuya, y ahí tienes que tomar la decisión sabiendo que, si sale mal, te van a pisar y, si va bien, aquel con el que discutiste te va a dar una palmada en la espalda y nada más». Y rememoraba casos concretos, incluso el de su última película, de la que confiesa que decidió embarcarse e irse a Hollywood para entrar en el sistema de estudios para «salir de allí sabiendo algo más de con lo que entré»: «Hay películas en las que no puedes tomar todas las decisiones, incluso el estudio te puede despedir. En esta última película no estaba en todo momento seguro de si iba a ser buena porque en situaciones te quitaban la posibilidad de decidir y tú ves que va a ir por un derrotero que la iba a convertir en una película mala y tienes que esperar al final que te dejen ganar esa batalla para que la película sea tu película», completaba el director de «Concursante» o «Buried».

Una luz inicial

En esos tres años en los que todo es la película y no existe nada más que no sea esa historia que ocupa y agota cada rincón de la vida y la cabeza del cineasta, y en ese constante tomar decisiones que acaba por limar la creatividad, los tres directores reunidos ayer en el Museo Reina Sofía destacaron que lo único que no se puede perder es esa idea original con la que arrancó todo ni cargar con la culpa de ideas que no sean propias. Un caso que Paula Ortiz había vivido recientemente: «En el proceso de escritura de este último guión, en un momento se incorporó otro guionista de prestigio que nos ayudó a mejorar mucho el guión, pero en un momento me tuve que plantar y decir que no a una de las ideas. Era una cuestión de pensar que, si no lo hago así, ya me buscaría la manera de hacerlo como quiero en otro sitio, pero, si la película es una mierda, no me lo perdonaría jamás. Si sale mal, el error es mío, pero asumo las consecuencias. Es más duro asumirlas cuando no son tuyas», confesó la directora de «La novia». «Tomas decisiones, muchas, y esperas que sean las más acertadas. Pero siempre hay que mantener una visión. Hay tantas salidas, tantas posibilidades que hay que tener en cuenta…», respondía Aranoa, y rápidamente entraba al quite Cortés: «Es responsabilidad del director recordar la semilla con la que inició todo, porque esto es una máquina de picar carne».

Para saber más

Un año de doce segundos

El diálogo entre directores tuvo como disparadero el artículo de Rodrigo Cortés publicado en ABC «Acabar una película». Unas líneas en las que el director expulsó y exorcizó todo lo que le había consumido durante el proceso de creación de una película: «Yo lo imprimí y se lo regalé a mis padres para que entendieran lo que me pasa cuando estoy rodando», contaba riendo Paula Ortiz en el ascensor antes de llegar al auditorio del Reina Sofía. Y es que los tres directores querían aprovechar el encuentro para reivindicar todo lo que no se ve y que ellos sufren para sacar adelante cada proyecto. «Y luego ves a alguien que pone un tuit y dice “¡Buah, las he visto mejores!”. Un tío resume tres años de trabajo en una línea que tarda doce segundos en escribir y que todo lo que ha hecho para ponerla es dedicarle una hora a tu película», criticaba con sorna Rodrigo Cortés entre aplausos de los 400 asistentes al acto, jóvenes en su mayoría. «Es algo que ni el espectador sospecha ni nosotros antes de empezar», retomaba Aranoa. «Hay veces que te dicen “yo la hubiera hecho con ese actor”, pero no saben que igual con ese actor no hubieras encontrado financiación, o que te dicen “habría filmado de otra manera el amanecer”, y no saben que el día que lo rodaste solo pudiste intentarlo media hora y que nunca pudiste volver a esa localización por falta de tiempo y dinero…», completaba el madrileño.

«Ojalá me lo hubieran dicho»

En un diálogo abierto y sin moderación, en el que los temas iban fluyendo según las ideas de cada uno de los ponentes, la conclusión unánime de los tres, y que levantó una risa cómplice de los asistentes, la expresó Cortés y asintieron los demás: «He cambiado de forma radical lo de enjuiciar el trabajo de otros, no porque me esté tapando la herida ante mis futuras películas, sino porque conoces las circunstancias que hay detrás de todo… Las dificultades de cada decisión». Una frase que apostilló con vehemencia Paula Ortiz: «Las opiniones que se oyen no tienen en cuenta las dificultades que hay detrás. Ni la crítica plantea ciertos debates, como el del lenguaje o la puesta en escena».

Y así, entre anécdotas personales y consejos para los futuros creadores, el cine entró en el corazón del museo de la mano de tres directores que ya después, en el camerino, dejaban escapar un suspiro: «Ojalá me hubieran contado esto a mí… No sabía ni para qué servía el ayudante de dirección cuando llegué a mi primer día de rodaje». Y los tres se fueron del Reina Sofía continuando la conversación que habían mantenido en el escenario, ya sin micrófonos, pero sí con la misma sensación que cuando ABC les invitó a participar de este debate: «Hay que contarlo».