Cuando unos tipos se sientan a una mesa en torno a una botella y varias copas siempre surge un debate. El vino sugiere. Así que si los que se sientan son un grupo amplio de productores, bodegueros, distribuidores, sumilleres, restauradores y hasta futuros expertos en nutrición, el debate viene –nunca mejor dicho– servido en bandeja. La primera entrega del segundo curso del ciclo de conferencias ‘La agroalimentación en el siglo XXI’, que organiza El Diario Montañés a través de su suplemento Cantabria en la Mesa, fue precisamente eso. Una puesta en común.

Probar y opinar, con el vino de Cantabria como protagonista. Perspectiva actual y retos. Con todos los elementos de la cadena. Y la ‘cata’ dejó un buen puñado de conclusiones. Que el sector ha pasado de la nada a una realidad, que «ya no es un ‘a ver qué pasa’», pero que queda mucho. Una muestra: «Ni la mitad de los que han estado este verano aquí han probado vino de Cantabria». Más presencia, más producción y más apuesta institucional. Necesidades. Y evitar que quede un cántabro que diga «que aquí no se hace buen vino». Que todavía los hay.

«Hay que hablar menos y beber más», comentó en tono jocoso uno de los ponentes. La frase de Ángel Luis Gómez Calle, profesor de la Escuela de Hostelería del IES Fuente Fresnedo, de Laredo, y miembro de la Asociación de Catadores Umami, tiene miga, más allá de la broma. «Porque aquí somos muy dados a llenarnos la boca hablando de vinos de Cantabria y luego a no saber ni dónde lo venden». Primer reto. «No está suficientemente presente», aseguró. «Y no sólo es estar; es estar con mejor criterio y no únicamente por la curiosidad de ser un vino de Cantabria», añadió Alfonso Fraile, presidente de Sumilleres de Cantabria y profesor en Las Carolinas.

Dio un dato: «En el 90% de los casos con el cliente, el sumiller le convence del vino que debe tomar». Fraile recordó otro concepto básico al hablar de los premios Optimun –que, precisamente, se deciden hoy–. «Hay miedo a la palabra tipicidad. El vino te tiene que decir de dónde es, contarte que está vinculado a un suelo, a un clima y hasta a una gente».

Diferenciarse fue, en este sentido, una de las estrategias que defendieron muchos de los quince bodegueros que acudieron a la cita. Surgió ahí uno de los debates. Las trabas normativas para ampliar producciones, para recuperar variedades autóctonas distintivas o para usar determinadas uvas.

Fernando Mier, director de la Odeca (Oficina de Calidad Alimentaria), habló de eso y quiso destacar, en todo caso, los pasos enormes que se han dado. «En el año 95, cuando empezamos con esto, íbamos a las exposiciones, a las ferias, y carecíamos de vino. Durante muchos años, en el stand de Alimentos de Cantabria llevábamos un vino de La Rioja. Ahora hay una decena de bodegas bajo la Indicación Geográfica Protegida ‘Costa de Cantabria’ y cinco en ‘Vinos de la Tierra de Liébana’». Muy ilustrativo.

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Todo lleva su tiempo

Gómez Calle y Mier intercambiaron opiniones sobre la necesidad de mejorar el conocimiento y el consumo interno –en Cantabria– o darse a conocer fuera. Cuestiones de rentabilidad, de producción suficiente… «Todo lleva un tiempo y llevamos muy poco. Se ha avanzado bastante, pero hay que hacer hincapié en los restaurantes. Cuando tratas de elaborarles un carta y crear un apartado, te lo echan para atrás. Eso será una semilla», apuntó el distribuidor José Antonio Argumosa.

Porque intervinieron muchos. Tantos que se dio voz a los quince representantes de bodegas de la región que aceptaron la invitación. A todos. El responsable del suplemento Cantabria en la Mesa, José Luis Pérez, les llamó uno por uno para hablar de producciones y de retos. De historias.

Y hubo de todo. El llamamiento a la unión del sector de Manuel Torío (Behetría de Cieza) o la petición de una apuesta institucional decidida a cargo de Carlos Recio (Casona Micaela). Gabriel Bueno (Miradorio de Ruiloba) habló del último riesgo en la larga lista de dificultades, la 25avispa asiática, y Pedro Agudo (junto a Diego Amilibia, de Matoblanco) defendió los proyectos casi románticos que persiguen la recuperación de variedades autóctonas. «Vinos de garaje», se definieron.

Claudio Planás (El Pendo) recordó la «necesidad de contar historias» en cada botella. Historias como las de Ignacio Abajo (Lancina), José Gabriel Quintanal (Viña Carmina) o Ricardo Sierra (Mies de la Amazuela). Con la pasión en el mensaje que ponen Isabel García (Orulisa) o José Antonio Parra (Picos de Cabariezo). O con la lista de iniciativas de Asier Alonso (Sel d’Aiz-Yenda) y Mikel Durán (Ribera del Asón). Hasta con la apuesta de unos manchegos en Cantabria a través de Pago Casa del Blanco (estuvo el enólogo Antonio Merino). Manel Gómez (Río Santo-Lusía) contó «la ilusión de su padre» e Isabel Rodríguez (Hortanza) la salida para su hija, también enóloga. Ella dijo una de las mejores frases: «Si en nuestros campos no hay panojas ni vacas, que nuestros jóvenes se queden con vino».