Tras los 750.000 ejemplares vendidos de ‘El arte de no amargarse la vida’, ‘Las gafas de la felicidad’ y ‘Ser feliz en Alaska’, Rafael Santandreu ha vuelto a las librerías con ‘Nada es tan terrible’ (Grijalbo). El psicólogo catalán visitó Donostia para hablar sobre la filosofía de los más fuertes y felices, en el Aquarium dentro del Aula de El Diario Vasco.
Tras llevar a cabo sus estudios en España e Inglarerra, Rafael Santandreu fue profesor en la Universidad Ramon Llull. En la actualidad reparte su trabajo entre la psicoterapia con pacientes – su gran pasión – y la formación de médicos y psicólogos. A sus consultas de Barcelona y Madrid acuden pacientes de todo el mundo de forma presencial o a través de videollamada.
Quizás porque se crió en los 70 en un barrio barcelonés «rodeado de quinquis», el psicólogo cognitivo Rafael Santandreu sueña con emigrar algún día a África, montar un ‘áshram’ a lo Gandhi y ayudar a chavales problemáticos. De momento, bastante tiene con amansar a sus ‘haters’.
El polémico terapeuta, que arrasó con ‘El arte de no amargarse la vida’ y fue vapuleado al afirmar que a Hitler habría que haberle lanzado rayos de amor, publica ahora ‘Nada es tan terrible’.
–En el resumen biográfico de su nuevo libro no dice la edad, pero como nada es tan terrible se la pregunto.
–Je, je, claro. Tengo 48 felices años.
–¿Nos ahogamos en un vaso de agua?
–De niños y adolescentes, no. Luego en la edad adulta nos empezamos a neurotizar y a agobiar. Y en la vejez desaparecen complejos, prisas y urgencias. Hay estudios que demuestran que la gente mayor es más feliz.
–¿Es muy de dramatizar esta sociedad?
–Vivimos en la época de más infelicidad y mayor neurosis, a pesar de la abundancia del Primer Mundo.
–¿Y esto cómo se explica?
–Nos creamos necesidades inventadas a tutiplén: estar delgado, en forma, tener estudios, un buen trabajo, una casa bonita, ser elegante, extrovertido, haber viajado, saber idiomas… Si no tienes todo esto eres un fracaso. Compárelo con nuestros abuelos. Nada de eso era importante. Vamos aumentando la presión y así es imposible vivir en paz.
–¿Cuál es el antídoto: no viajar, ser ignorantes, engordar?
–El antídoto es la renuncia mental. Es darte cuenta de lo que es importante de verdad en la vida. Que solo son tres cosas: el agua, la comida y amar. Todo lo demás es prescindible.
–Hombre, un techo tampoco viene mal…
–Vale, sí, un techo para el invierno. Pero sencillo, ¿eh? Con un techo comunal ya valdría.
–¿Cultivarse no es importante?
–Para la salud mental es fundamental no confundir deseos con necesidades. Eso es lo que introduce la tensión. Se puede ser feliz sin haber leído un libro. Mi abuelo no sabía leer ni escribir, vivía en lo alto de un monte en el Pirineo, jamás viajó más allá de los cuatro pueblos que le rodeaban y era una de las personas más admirables, más honestas y felices que he conocido.
–‘Nada es tan terrible’… ¿Se lo diría a los padres de Gabriel?
–Les diría que a lo largo de la historia de la humanidad han sucedido y suceden a diario grandes adversidades. Unos escogen dejarse derrotar por ellas y otros no. Con cierta mirada sobre las cosas, con el tiempo, todo se puede superar. Pero su dolor actual es real, es humano. Parte de la salud mental implica no tenerle tanto rechazo al sufrimiento.
–¿Y lo tenemos?
–Es un síntoma de esta sociedad. Pero el sufrimiento forma parte de la vida y tiene mucho que enseñarnos. Uno de sus valores es que nos acerca a los seres humanos unos a los otros, estimula la cooperación y la hermandad. Es un error rechazarlo. Primero, porque es imposible eliminarlo de la ecuación de la vida. Y segundo porque aunque parezca extraño tiene una parte positiva.
–¿Usted se aplica el cuento?
–Me lo aplico. Tengo la suerte de disponer de unas herramientas que me permiten matizar el sufrimiento de mi vida de forma que consigo trasmutarlo y encontrarle su parte valiosa. No le tengo ningún miedo al sufrimiento ni al dolor.
–Nadie cambia por el hecho de ir al psicólogo, dice en su libro. ¡Menuda propaganda le hace a su oficio!
–Voy más lejos. En España abundan los malos psicólogos.
–Entre los que no se incluye, por supuesto.
–No me incluyo. Hay malos psicólogos porque la gente en general sale muy mal preparada y en el mundo de la psicología hay mucha superstición. Al psicoanálisis me remito.
–¿Freud, un vendedor de crecepelo?
–Claro. Si se estudia bien su biografía es apasionante constatar el nivel de truhán que llegó a alcanzar. Durante diez años de su vida fue cocainómano a diario. Y Lacan ya es el príncipe de los truhanes. Hizo enrevesada su teoría para darle una apariencia sesuda. El surrealismo es innato al ser humano. Es como la gente que cree haber sido abducida por un ovni.
–El libro se lo dedica a su madre. Muy freudiano.
–Quizá sea freudiano, pero es que de bien nacidos es ser agradecidos.
–Deduzco que no ha tenido una madre tóxica.
–No. Pero es que nadie es tóxico. Es otra de las creencias irracionales que se han puesto de moda. Todos tenemos nuestras facetas cafres, todos fallamos. Lo que hay que aportar es amor y comprensión.
–Pues en su libro habla de la gente difícil.
–Lo puse para que lo entendiera todo el mundo. Y sí, algunos son un poco más difíciles, pero es importante para la salud mental que admitamos que todos somos imperfectos y que poner etiquetas a los demás no ayuda al otro ni a ti mismo. Tú hoy dirás que una persona es tóxica y mañana te dirás a ti mismo que eres un puñetero desastre. Lo que sirve es reconocer que hay cosas que mejorar y con ilusión y buena persuasión transformarnos los unos a los otros. Si no esto se convierte en un cruce de acusaciones estéril y dañino.
–¿Cómo ve a Trump?
–Una persona confundida, locuela…
–¿Locuelo? Muy indulgente le veo.
–Es que exageramos un montón. No creo que Trump genere tanto sufrimiento, no creo que haya nada tan terrible. No hay que victimizarse. Pero bueno, cuando tenemos una fase muy confundida lo que nos va mejor es que nos den mucho amor. A veces intentamos arreglar una injusticia con otra injusticia. O una violencia con otras violencias. Ese no es el camino.
–Rayos de amor… Como a Hitler.
–Sí, pero esa idea no es mía, la he tomado prestada de Gandhi, el cual pensaba que un ejército de pacifistas amorosos, aguerridos, sin temor alguno, dispuestos a dar su propia vida por el ideal del amor es mucho más eficaz y causaría menos bajas globales que un ejército armado con el mismo propósito.
–Como teoría está muy bien, pero luego en la práctica algo falla.
–Lo que falla de esa teoría es que la gente no cree en ella.
–¿También les envía rayos de amor a sus ‘haters’ de internet?
–Claro. Son gente maravillosa, todos y cada uno de ellos. Quién soy yo para juzgar a nadie si el primer cafre soy yo.
–La caza de brujas ha vuelto. ¿Qué nos pasa?
–Está extendida hoy en día, es cierto. Con la intención de erradicar un mal se cometen injusticias y masacres. Y todo, por una supuesta buena causa. La gente critica ferozmente cualquier opinión que no sea la suya, en vez de pararse a escuchar el argumento del otro.
–Los matices no se llevan.
–Exacto. Cuando aumenta la neurosis general también aumenta el pensamiento en blanco y negro, el estás conmigo o estás contra mí. Yo me declaro desde hace mucho tiempo simpatizante de todos los partidos políticos… Y, ya ve, nadie me entiende.
–¿Falta mucho para que emigre a África y monte un ‘áshram’?
–Unos cinco años.